19/12/11

CUATRELATOS — F.J. ROHS

Como su título indica en una fusión de dos palabras, esta obra está compuesta por «cuatro relatos». De entre ellos destacan: La noche de la cabra y El mar donde bailan los árboles.
La noche de la cabra trata de un rocambolesco rumor sobre una cabra monstruosa del tamaño de un caballo, en el cual se asegura que esta ha matado a Rodián, un viejo borracho que antes de su muerte ya la había mencionado, y al cual nadie quiso creer. Solamente Alioscha y sus amigos tendrán agallas de llegar al fondo del asunto para enfrentarse al horripilante animal. El relato destaca por las retorcidamente crueles descripciones y por un suspense representado de tal modo que lo oculto, lo misterioso, puede llegar al punto de haceros parecer pardillos una vez se desvelen las incógnitas.
El mar donde bailan los árboles cuenta cómo una discusión entre Lápiz y Pluma sobre si hay árboles en el mar o no, les lleva a emprender una aventura con el objetivo de poder confirmarlo. Una patraña banal e insustancial en un principio; trance del que el autor es consciente y, por ello, se ve obligado a dárnosla a cucharadas, haciendo así de un cuento soso algo entretenido y fácil de digerir: «[…] aunque enrollador, no soy aburridor de historias, así que como no pasó nada relevante nada he de contar». F. j. Rohs procede con este tipo de juicios de valor, participando así con el lector mientras este lee el relato, sugiriéndole o imponiéndole una forma de lectura por encima de la narración que sostiene la historia. Y el tío lo hace con arte; pues con esto os dará el estímulo suficiente para que consigáis llegar hasta su final y ver que este merece la pena, ya que en él lo surrealista acaba volviéndose admisible.

Tanto en uno como en otro relato emplea un lenguaje sencillo y coloquial; pero lo alterna en muchas ocasiones con el poético, algo que podemos apreciar en frases como: «[…] a la niebla le gustaba entretenerse formando, aquí y allá, extrañas formas de vaporosa blancura deslizándose y acariciando el seco y oscuro tronco de una encina vieja»; «[…] cruzar esa puerta, encender un casco minero y perderse en la negra noche sabiéndola camino de recorrer sin importar la meta, ni la piedra donde descansar, ni el bosque donde se apagó el sueño, ni el desierto donde se evaporó el vino.»; o en expresiones como la de «claustrofóbico silencio». En otras ocasiones esa alternancia torna a una extraña mezcolanza entre lenguaje poético y llano que deriva en frases como la siguiente: «Y lo que debían preparar era un trayecto a seguir y unos bocadillos para zampar […]. Un bocadillo puede ser un mundo para un niño, no por ser niño, sino por lo que el bocadillo significa en sí; esto es: los víveres de una aventura. Y si un bocadillo es un mundo, un trayecto es un universo plagado de luminosos peligros al acecho».
También conviene valorar esa espontaneidad e improvisación con que f. j. Rohs caracteriza a estos textos, con ocurrencias de tipo: «¿Para qué describir el bosque? La propia historia relatada lo pinta de colores oscuros, de silencios, de brumas y de miedos mejor de lo que yo podría hacer.»; «Pero ya ven, con todo y más, jamás subieron a esa furgoneta ni a ninguna otra para darse un paseo por una playa. Y si preguntan el por qué, ya preguntan mucho y empezamos mal la cosa, pues preguntas parecidas se hacen ustedes cada noche pero no se atreven a contestar y quieren escuchar de otro la respuesta que demasiado bien conocen.», entre otras tantas.

A grandes rasgos, me atrevería a decir que en estos dos relatos emplea la voz de un narrador heterodiegético, propio del realismo mágico, por esa tentativa de asemejar lo real y lo fantástico. Pero, al margen de etiquetas, sorprenden cada uno de los finales, rompiendo con cualquier estética literaria concreta y, por ende, desembocando en la asimilación de un estilo heterogéneo y diferente que podemos percibir en f. j. Rohs. Estilo tan propio que, por desgracia (y por lo menos en esta edición), se ve estropeado por culpa de la cantidad de erratas que tiene el texto.

Los otros dos relatos son más cortitos, aunque también presentan particularidades:

El tren y sus vapores versa en torno a un hombre apesadumbrado que cavila sobre su existencia mientras espera un tren tras otro, conforme los va perdiendo. Se hace interesante este relato porque muestra una serie de reflexiones que todos nos hemos podido hacer en algún momento de nuestra vida y algunas circunstancias que… Bueno, de eso mejor no hablar, pues cada uno puede interpretarlo como le salga del alma, por no decir de los… sentimientos más profundos.
«Tenía que coger un tren. El tren de la vida, pensarán los románticos, el tren del futuro pensarán los filósofos, el tren hacia el norte, pensarán los sencillos, que cada uno piense lo que quiera o lo que pueda.»

Por último, en Perseguida la protagonista es la señora Valmuz, una librera risueña y bondadosa que se topa varias veces con un hombre de traje oscuro. El azar juega un papel fundamental en este relato, pues lleva al creciente recelo por parte de la vieja, que es lo que crea el suspense. La he dejado para el final porque el autor-implícito que aparece en los otros tres relatos, no se aprecia en este. Ya de por sí, los relatos no guardan relación temática siquiera; pero la frase del comienzo de la obra («En memoria de los sueños caídos…») crea cierta idea de similitud entre los otros tres. No en el caso de este; lo cual hace pensar que no encaja, que no debería estar junto al resto (y quizás entonces llamarse la obra Trelatos o algo así). Y es que en Perseguida, el autor se limita a transmitir la historia a través de un narrador-acorde, el cual ajusta su narración al ritmo de proceder por parte de la protagonista.

Para más información sobre el autor y su obra, visitad el blog de f.j. Rohs.

7/11/11

OBSESIÓN — ANTONIO LAGARES

Obsesión es una obra de Antonio Lagares, compuesta por quince relatos que se leen rápido gracias a la calidad narrativa del autor, pero que hay que meditar despacio, debido a su carga psicológica.
Ya en el prólogo, Melina Jaureguizahar Serra nos da la pauta esencial por la que deberíamos guiar la lectura de este libro: «Antonio Lagares nos sumerge en los rincones más oscuros e inhóspitos del inconsciente humano, invitando al lector a detenerse y analizar distintas historias ligadas a la esfera vital.»
Sin embargo, por mucho que analicemos, esa observación no modifica –ya de por sí– lo observado, justo lo que pasa en el mundo real. Precisamente eso es lo representado en estos relatos: El mundo real. Por ello, no es que se traten de «seres diferentes al estándar social», no; la locura ya no es un problema particular sino que, como bien reflejado queda en cada uno de los personajes de Obsesión, la psicopatología es el modelo social instaurado.
La base de los conflictos morales sociales es el sufrir, y desplazar el sufrimiento es precisamente lo que hacen los locos. Por eso en El inquilino se dice: «Continuó rebuscando entre sus cosas y no sabía cómo explicar las sensaciones que estaba recibiendo, porque en teoría él no podía tener sentimientos, y esa percepción que producen los sentimientos le invadía por completo.», porque acabar con el sufrimiento es acabar con los sentimientos y, por ende, acabar con la libertad. Dota Antonio Lagares de sentimientos a estos personajes –que no dementes– y lo hace expresándose a través de la libertad.
En algunos relatos, como La caja de la felicidad, El espejo o El día libre, nos da una visión dramática y victimista. Es precisamente lo que habría que desdeñar en estos escritos, pues ese escudo que ponemos, compuesto por nuestras circunstancias o lo que hemos aprendido, hay que quitarlo; ya que, en realidad, a nosotros como seres humanos nada nos diferencia de esos individuos de los relatos. Por eso, en el fondo, este tipo de historias atraen, porque nos vemos ahí descubiertos, mostrando nuestra verdadera imagen. Y es que hemos llegado a un punto en el que hemos convertido la vida en un teatro donde cada uno representa un papel.
Aunque podéis encontrar en estos textos también misterio, suspense e incluso cierta dosis de terror, como en El despertar o Los miedos del alma, en la mayoría de los relatos de Obsesión, Antonio Lagares contempla el objeto desde fuera, sin formar parte de él. Es por este motivo por el que los más logrados son Al cruzar la línea y La mecedora, por el hecho de narrarlos en primera persona, desde dentro del personaje, involucrándose en la locura de estos.
«Dicen que estoy loco y no es verdad… Yo era feliz en mi matrimonio, hasta que nos mudamos de casa. Ahí comenzó mi tragedia personal. Vivir en un bloque rodeado de vecinos vulgares, catetos y maleducados, y no ser hipócrita era algo realmente difícil.»
En conclusión, queda analizada en Obsesión la locura como vía de escape a la falsedad de la vida, donde se demuestra que la locura no tiene por qué ser una cuestión estrictamente siniestra, sino que podría ser algo noble incluso.


ENLACE A RESEÑA REALIZADA POR DAMIÁN MONTES: Fantastic WonderLand: Obsesión — Antonio Lagares: Título: Obsesión Autor: Antonio Lagares Género: Relatos Páginas: 137 ISBN: 978-1-937482-21-3 Editorial: Editorial Pelícano Segunda edición 2011

29/10/11

NADA QUEDA DESPUÉS DE TANTO TIEMPO — CRISTO

Autor: Cristo.
Páginas: 232
ISBN: 978-84-9991-351-3
Editorial:Editorial Círculo Rojo
Primera edición: Septiembre 2011

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RESEÑA

Al leer las primeras páginas de esta novela, os encontraréis con un comienzo in media res, en el que el protagonista y narrador está huyendo de algo o alguien. Un grave asunto, sin duda. Caerá con ese inicio una avalancha de preguntas sobre el lector que lo arrastrará a una oscura hesitación: ¿De quién o de qué huye realmente? ¿Quién es el tal Alberto por el que teme? ¿Es la policía quien le persigue por algo que ha hecho? ¿Y qué demonios ha podido hacer para que, al parecer, quieran matarlo? ¿O no quieren matarlo? ¿Por qué se esconde entonces bajo una furgoneta?
Ahí estriba el juego del autor, quien maneja los hilos para crear intriga y sorprender en el momento oportuno, desvelando pacientemente las incertidumbres, ya sea a través de la técnica narrativa del flash-back o por medio de los propios personajes a medida que avanza la acción de la novela. Cuando surge algo que puede aclarar el asunto, la narración va divagando, manteniéndose en suspense hasta que surge la respuesta. Se percibe así la información desde un ángulo específico, ocultándose la más valiosa intencionadamente. Todo ello con un lenguaje sencillo, directo, informal, del argot más pop y lleno de hilarantes cavilaciones.
Carlos Nadal es el nombre del personaje que relata en primera persona esta levantisca historia. Es un cínico, adicto a las drogas, las cuales utiliza para intentar evadirse de todo, «un yonki de nueva generación»; algo que le impide mantenerse completamente con el ojo avizor, que le hace tener la mente en cosas triviales. Como llega él mismo a afirmar: «Yo ya no retenía. Como el anuncio de Concha Velasco».
Entre engaños a unos y a otros, seréis los únicos que sabréis cuándo está mintiendo; os convertiréis en su cómplice. Sin embargo, debido a su cinismo y su condición de adicto, hará que no os podáis fiar ni de él. Uno de los personajes principales describe así su personalidad: «Eres un ser egoísta que solo aprecias los cambios de tu existencia. Nada sabes de los demás, parece que todo te la resbala». Y es que, como él comenta: «Con los años, a unos les queda el amor y a otros la resignación».
A pesar de todo, redescubrirá que él no es el único tramoyista, viéndose envuelto en un ambiente lleno de hipocresía, donde no queda ni un atisbo de verdad, donde apenas puede apreciar la compasiva sinceridad en las personas de las que se rodea…, donde la realidad es difícil de averiguar. Circunstancias que le harán estrellarse contra «un millón de preguntas que quizás era mejor que no se respondieran nunca».
Por eso, en el fondo, no se puede culpar a Carlos de ser como es, de querer huir sea como sea (inhibiéndose con las drogas o alejándose del lugar, haciendo un viaje por unos días al otro lado del Atlántico). Ahí estaréis vosotros, percibiendo cómo quiere constantemente empezar de cero; y esa fluctuación por su parte, os dará la ventajosa posibilidad de recomponer mejor que él toda la trama.
Al final, aprenderéis juntos muchas cosas… Y llegaréis a una conclusión que se resume con una simple frase: «Nada queda después de tanto tiempo».


EL AUTOR

Cristo nace un 21 de Noviembre de 2006 después de casi 33 años. A partir de ahí rompe sus cadenas que tanto tiempo le mantuvieron amarrado a una vida llena de cuestiones y una sola respuesta. Rey de su mundo imaginario. Inexperto en todo lo demás pero teniendo claro su objetivo: Aprovechar el momento. Disfrutar de las cosas que le hacen estar bien. Y escribir es una de ellas. Esta, su primera novela, nace de la improvisación más absoluta. Autor de dos discos editados: "Un mundo imaginario" y "Yo me quedé en los veinte". Autor y coautor de varios guiones para cortometrajes y un sinfín de proyectos en el aire. Si quieres seguir conociendo a este personaje, adéntrate en la lectura de este libro. No te arrepentirás.


Web del autor: Un Mundo Imaginario


Reseña realizada por Damián Montes en: Fantastic WonderLand: NADA QUEDA DESPUÉS DE TANTO TIEMPO – CRISTO

19/10/11

BARTLEBY Y COMPAÑÍA — ENRIQUE VILA-MATAS

Bartleby y compañía. Le quedó muy sutil este título a Enrique Vila-Matas. Quizás debería haberlo llamado Bartleby y los que ya no tuvieron cojones de volver a escribir; pero, claro, ese título era muy largo y menos comercial. Se podría haber quedado en el oscuro baúl del olvido sin que ninguna editorial hubiese querido arriesgarse a publicarlo. Es lo que hay. A pesar de ello, el autor consiguió romper la barrera de los convencionalismos proponiendo un tipo de literatura y unos intereses que se sitúan bastante al margen de la dinámica del mercado. Es precisamente su rareza lo que le dio el éxito, y lo que llama la atención: ¿Es una novela? ¿Un ensayo? ¿Las dos cosas a la vez? ¿Un texto solamente atribuible a un género que ni siquiera existe, que está aún por inventar? ¿Una simple agrupación de breves apuntes de algún becario que estudia Teoría de la Literatura?

Esta es una de esas obras en las que desaparece la frontera entre lo real y lo imaginario, compartiendo así el mismo espacio la realidad y la ficción, debido a esa indagación entre vida y escritura. Y es que resulta que está construida a partir de notas, de numerosos apuntes inspirados por esos autores que, por uno u otro motivo, pueden ser integrados en el grupo de los escritores que ya no tuvieron cojones de volver a escribir. El gallinero de la renuncia, una manada de desertores, de literatos a los que han conseguido callarles la boca, a los que han logrado enmudecer.

Como diría el filósofo Wittgenstein: «El lenguaje moldea nuestro pensamiento y no puede haber ningún pensamiento sin lenguaje». Intentaré explicarme sin hacerlo bien: El lenguaje —en este caso literario— crea la verdad; una verdad entendida como cuestión de perspectiva o contexto más que como algo universal. Es por eso que en esto que digo llevo toda la razón, no por ser de cartapacio, sino únicamente por decirlo.

«“De lo que no se puede hablar, hay que callar”, dijo Wittgenstein. Es evidente que es una frase que merece un lugar de honor en la historia del No, pero no sé si ese lugar no es el del ridículo. Porque, como dice Maurice Blanchot, “el demasiado célebre y machacado precepto de Wittgenstein indica efectivamente que, puesto que enunciándolo ha podido imponerse silencio a sí mismo, para callarse hay, en definitiva, que hablar. Pero ¿con palabras de qué clase?” Si Blanchot hubiera sabido español habría podido decir simplemente que para semejante viaje no hacían falta tantas alforjas.» (nota 63)

Hablar o callar puede resultar una gilipollez si tenemos en cuenta que realmente no podemos asegurarnos el acceso a la realidad, sino solamente a lo que nos parece: Ese matalotaje de perspectivas heterogéneas que de cada persona se podría sacar. Esto nos lleva a la desembocadura del lenguaje como ficción discursiva, donde se cuestionan cosas que ni siquiera son cuestionables; se podría decir que endilgando así furtivamente ideologías, para revisar los valores de la literatura en particular y la cultura en general.

Vila-Matas ficcionaliza por tanto, con este libro, la historia misma de la literatura, renovando y negando a la vez esos géneros literarios de la autobiografía y el diario íntimo, haciéndonos ver —con este, su arte— esa crisis real del concepto clásico de literatura, y concretamente en su obra Bartleby y compañía, ese tipo de escritura que tematiza la imposibilidad de la escritura o renuncia a ella, en sus últimas consecuencias; un tema básico de nuestro tiempo. Así lo podemos apreciar en frases como la de: «Pero hay otro caso más extraño, escribe Borges, otro caso más admirable: el de aquel hombre que, en posesión ilimitada de una maestría, desdeña su ejercicio y prefiere la inacción, el silencio.» de la nota 32; o la de: «A veces se abandona la escritura porque uno simplemente cae en un estado de locura del que ya no se recupera nunca.» de la nota 5.

29/9/11

TRÁGICO CONEJO — LEX B.


Título: Trágico conejo
Autor: Lex B.
Páginas: 276
ISBN: 978-84-15228-70-7
Editorial:Ediciones Atlantis
Primera edición: Junio 2011

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RESEÑA

Esta novela está narrada en primera persona por la voz de Dylan Graves, un desfasado e irreverente dandi venido a menos, con la libido y la mentalidad de un adolescente inmaduro a pesar de sus 34 años de edad. Sus padres murieron, dejándole una ingente cantidad de dinero que él ha ido utilizando a lo largo de su trayectoria para probar todos los malos vicios habidos y por haber en este mundo: «Drogas, alcohol, tabaco, putas, putos…»
Con una existencia así, creyéndose en posesión de todo exceso de cuanto se puede experimentar, ya parece no importarle nada la vida, su vida, rebelándose contra sí mismo y contra toda la sociedad en un autodestructivo goce. Su único objetivo es, por tanto, el de seguir recreándose hasta morir poco a poco en esa hacienda, motivo por el cual ha viajado hasta la isla Sunday Flowers.
Sin embargo, descubrirá que sobre ese lugar pesa una condena maldita y ancestral que le desbaratará los planes: Nigromancia y leones espectrales que aparecen y desaparecen misteriosamente dejando regueros de sangre…, mucha sangre.
Pero Dylan Graves no estará totalmente solo, sino que a lo largo de ese enigmático y macabro despropósito le irán acompañando Cassie, una niña recién entrada en la adolescencia que advierte de las apariciones de los aterradores leones; Summers, una chica pelirroja que se ve obligada a ir ocultándose, a medida que avanzan en la investigación, debido a la propensión de esos feroces animales a elegir víctimas de su color de pelo; y un policía llamado David Barnett, que los intentará proteger y ofrecerá información oficial sobre los hechos. Acompañantes que no son sino la excepción entre el resto de grotescos personajes.
Cabe destacar la crudeza representativa de la obra. El protagonista y narrador de «Trágico conejo» es tan exageradamente obsceno que dificulta en ocasiones el poder sentirse totalmente identificado con él. Eso es precisamente lo que hace de esta una novela diferente, atrevida, provocadora. No obstante, Dylan Graves mostrará su parte más humana en las situaciones adversas, llenas de terror; sintiendo por un momento incluso compasión de sí mismo, echándose a llorar, derrumbado al verse sumergido en esa atmósfera de inquietante irrealidad. En esas partes el lector podrá apreciar cómo la acción se acelera, y será cuando conseguirá sentir empatía por este personaje. La agudeza descriptiva creará entonces la velocidad de las sensaciones y el vértigo que suele ocasionar una de esas pesadillas que obligan a despertar dando tumbos. El suspense y las misteriosas circunstancias en las que se ve envuelto Dylan Graves, producirán sentimientos de angustia y terror, consiguiendo que un tipo tan negligente y duro como él, se rinda a un comportamiento más sensible.
Lex B. esquiva con «Trágico conejo» los convencionalismos literarios hábil y trágicamente, creando así una novela catártica que os puede endurecer el corazón durante su lectura, con un estilo narrativo que os complacerá u os incomodará, pero en el que las emociones están aseguradas.


EL AUTOR

LEX B.(Alicante, 1992)
Pasó su vida viviendo en Granada, en la que creció viendo películas de terror y leyendo novelas de fantasía. A los 11 años, empezó a escribir pequeños cuentos sobre seres mágicos que evolucionaron al género de terror. Cuando descubrió las novelas de Anne Rice, se sintió atraido por el género vampírico y las historias oscuras, dramáticas y eróticas.
Adicto al té, la música y el teatro, intenta pasar las noches escribiendo a los personajes que le acompañan dentro de la cabeza.


Blog de la novela


Reseña realizada por Damián Montes en: Fantastic WonderLand: TRÁGICO CONEJO - LEX B.

20/9/11

EL MAPA Y EL TERRITORIO — MICHEL HOUELLEBECQ

Parece reinventarse Houellebecq, aunque sin excederse, en esta su última novela: El mapa y el territorio. Su personaje principal es Jed Martin, un artista que se hace famoso a través de unas fotografías hechas a mapas de carreteras Michelin, y que llegará al culmen de su carrera con una serie de cuadros «de oficios sencillos» en los que retrata a famosos desempeñando unas funciones relativamente irónicas.

El tiempo donde ocurre la acción de la novela, va desde el postrimero presente, desarrollándose hasta un futuro inminente, vislumbrando Houellebecq incluso los procesos de cambios económicos y sociales que podrían acontecernos a la vuelta de la esquina.

Al empezar a leer la primera parte se aprecia ese cambio experimental del autor. La historia hace parecer como si tuviésemos en las manos una novela rosa, sin escenas eróticas explícitas, en la que incluso aparece una mujer benevolente, Olga, la cual ayudará a Jed en su carrera artística, montando la primera exposición, dándolo a conocer, y quien mantendrá una relación sentimental con él.

Sin embargo, esto no hace sino ponernos en situación para que, ya en la segunda parte, se vea drástica y manifiestamente el desencanto que lleva implícita la actual época en la que nos encontramos y sus premonitorias consecuencias: Houellebecq vuelve a narrar en el estilo que nos tiene acostumbrados. Lo más curioso de esta segunda parte es que aparece él mismo como un personaje más, y en esto nadie puede negar que el propio autor juega con ventaja.

Representado queda, una vez más, de la pluma de Houellebecq, el creciente individualismo del siglo XXI engendrado por el progreso de una sociedad egoísta entregada al materialismo, al consumismo, que muy a su pesar no consigue que la vida del sujeto postmoderno deje de ser pura incertidumbre, lo cual crea la crisis de los sentimientos.

Los medios de comunicación nos dan mucha y variada información difícil de digerir a causa de la confusión que nos produce la falsedad de los mismos al representar la realidad:
«Sucede en las sociedades contemporáneas, a pesar del encarnizamiento con que los periodistas acosan y localizan los gustos en formación, que algunos de éstos se desarrollan de manera anárquica, salvaje, y prosperan antes de haber sido nombrados; incluso sucede en la realidad cada vez más a menudo, desde la difusión masiva de Internet y el derrumbamiento concomitante de los medios de comunicación escritos.» (pg. 78)

Una realidad sesgada que tenemos que digerir, consumir, en esta sociedad donde el consumo es el principal objetivo.

Sería conveniente atender de qué manera va a repercutir en la trama de esta novela el consumo compulsivo, el querer tener más que otras personas para sentirse «superior», el hecho de que para ello «lo que mejor funciona, lo que empuja a la gente con la mayor violencia a superarse sigue siendo la pura y simple necesidad de dinero» (pg. 39); y el de cómo hasta lo banal adquiere importancia al volverse objeto de consumo. De ahí que el misterio capitalista por antonomasia sea el de la formación de precios:

«De un modo más general, era un período ideológicamente extraño, en el que todo el mundo en Europa occidental parecía convencido de que el capitalismo estaba condenado, e incluso condenado a corto plazo, de que vivía sus ultimísimos años, sin que por ello los partidos de ultraizquierda consiguieran seducir a alguien más que a su clientela habitual de masoquistas huraños. Un velo de cenizas parecía haber envuelto los ánimos.» (pg. 349)

De esta forma, el panorama que podemos encontrarnos en El mapa y el territorio es el de una sociedad llena de «cretinos arribistas» que inician estudios de Economía pensando solamente en el dinero; o de chicas que, como Geniève, han de pagarse los estudios «comerciando con sus encantos». Una humanidad «extraña y repugnante» donde «lo que define ante todo al hombre occidental es el puesto que ocupa en el proceso de producción, y no su estatuto de reproductor».

Es así como surge, de la cotidianidad hedonista de esta sociedad, del vivir entre una multitud egoísta e individualizadora, cierto gusto por la soledad. Cada persona intenta llevar una marca, algo que la identifique, para ir «a la moda» con el objetivo de ser diferente a los demás. De esta forma, la «marca» que cada uno de nosotros intentamos llevar, para diferenciarnos del resto de individuos, no hace otra cosa que «marcar» a la persona, no al producto.

Como en sus anteriores novelas, Houellebecq vuelve a crear personajes solitarios: En la adolescencia, Jed «no tenía ningún amigo íntimo y no buscaba la amistad ajena» (pg. 43), de ahí que le parezca hasta exagerado pensar que le invadía un sentimiento de amistad por Houellebecq. De Jean-Pierre, el padre de Jed, se dice que no creía en la amistad, que no creía que una “relación de amistad pudiera tener verdadera importancia en la vida de un hombre o modificar su destino» (pg. 33). Gracias a su presencia en la obra, se puede apreciar también la ruptura de la familia tradicional, de la autoridad patriarcal; y es que, entre otras cosas, para él «tener un hijo había significado el final de toda ambición artística y más en general la aceptación de la muerte» (pg. 220). Son, a grandes rasgos, personajes que se ven solos porque quieren, y otros porque así se lo ha impuesto la vida y, sin necesaria resignación, aceptan su situación.

Sin embargo, tal y como afirma Martin Heidegger en Ser y tiempo: «La aclaración del estar-en-el-mundo ha mostrado que no “hay” inmediatamente, ni jamás está dado un mero sujeto sin mundo. Y de igual modo, en definitiva, tampoco se da en forma inmediata un yo aislado sin los otros» (§ 25). Y apunta además que: «”Los otros” no quiere decir todos los demás fuera de mí, y en contraste con el yo; los otros son, más bien, aquellos de quienes uno mismo generalmente no se distingue, entre los cuales también se está» (§ 26). Por tanto, todos esos individuos solitarios queriéndose parecer exclusivamente a sí mismos, acaban por ser iguales, pues están procurando cosas similares. Houellebecq es un personaje tan solitario como los otros y, al representarse dentro de su propia novela, podemos considerar que lo que realmente está haciendo es representarse de algún modo en todos y cada uno de esos personajes.

La narración y su estilo vuelven a dar otro pequeño giro en la tercera parte de esta obra: Aparecen nuevos personajes, los policías Jesselin y Ferber, y el planteamiento hace recordar al de los thrillers de Jonathan Santlofer. Se trata de una especie de novela policíaca postmoderna en la que no falta la intertextualidad, que podemos comprobar en algunos de sus párrafos.

A pesar del uso de un pastiche enciclopedista (o wikipedista, como se quiera entender) y la profusión de descripciones academicistas, que lo único que hacen es llenar páginas, en mi opinión Houellebecq es uno de los maestros de la literatura contemporánea; y esta novela, una nueva lección.

4/9/11

DINERO — MARTIN AMIS

El trasfondo de esta soberbia novela de Martin Amis no es otro que la representación de nuestra sociedad actual capitalista —y al decir nuestra, me refiero a la sociedad occidental, claro está—.

El protagonista se hace llamar John Self —aunque puede también aparecer con otros nombres, como Juan Yo, Juan el Mismo, etc.—, nombre que supone una muestra del egocentrismo que ostenta: Un desfasado que solamente se deja llevar por sus instintos, sin contenerse, que tiene que ser contenido por las demás personas, a la fuerza y en situaciones determinadas, que es adicto a la pornografía y al alcohol, sobre todo a la pornografía, entre tantos de sus muchos vicios. No se le puede pedir que sea racional pues, de entrada, su parte racional, la del trabajo y el orden, se ve mezclada con la instintiva, la violencia y el deseo, ya que resulta que el trabajo de John Self es el de director de cine porno. Su oficio le hace tener billetes a punta pala, por ello no reprime sus impulsos, como forma de desahogarse, de alcanzar la felicidad. Y es que se puede permitir hacer lo que quiere, vivir la buena vida, saciando sus necesidades de placer chic con tías «buenorras» de esas que usan ropa interior cara. Es un personaje que se deja llevar por la violencia, por los impulsos sexuales, etc., como forma de consuelo —aunque luego siempre le sepa a poco—, exteriorizándolos sin remordimientos.

Se trata, a mi entender, de ese buscar vías de escape como alternativa al acallamiento de los instintos primarios que ha conseguido suprimir la «civilización» del ser humano en las sociedades modernas: Esa necesidad de agresividad en un «mundo horrible», tal como lo llega a definir Lorne Guyland en el comentario que le hace a John Self en una conversación telefónica: «Comprendo que he dado rienda suelta al animal que vive dentro de mí, porque, John, tú lo sabes, ya sabes cómo es el mundo en el que vivimos, es un mundo loco, John, horrible...»

Y no es que yo esté despreciando la vida con esta referencia, no. Si a ti te parece un mundo maravilloso es porque no eres capaz o no quieres oler ni tu propia inmundicia; y para ello seguro deberás usar vías de escape emocional, pues no debe ser tarea fácil… porque incluso desde aquí te la huelo. Como ya apuntó Sigmund Freud en El malestar de la sociedad sobre los lenitivos que el hombre moderno utiliza contra esa carga pesada de decepciones, sufrimientos, etc.: «Los hay quizás de tres especies: distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas que la reducen; narcóticos que nos tornan insensibles a ella». En Dinero podemos considerar estas tres especies: El personaje, John Self, busca esas distracciones en el sexo; toma narcóticos para intentar calmar su insatisfacción; y el propio autor, Martin Amis, utiliza la novela para reducir la suya —si se quiere entender así—, pues incluso él mismo aparece como un personaje más en la novela: «Me han dicho que ese escritor se llama Martin Amis. Jamás había oído hablar de él. ¿Conoce alguno de ustedes lo que escribe ese tipo?...». A veces incluso a modo de autocrítica: «Fielding, por supuesto, dijo que ya había oído hablar de Martin Amis: no había leído nada suyo, pero recientemente se habían producido casos de plagio, robos textuales, que habían llegado a los diarios y revistas. Vaya, pensé. Así que el pequeño Martin se ha pillado los dedos. Un delincuente verbal. Un detalle que no había que olvidar.» ¿Quizás intentando redimirse así de algo que realmente ha hecho?

Por otro lado, cabría recalcar las siguientes palabras de Freud: «[…] el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor… sino un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo representa también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad», es decir: la pérdida de la naturalidad, de la espontaneidad, causada por los logros de la cultura, y el ejemplo del «amor» como intento de la literatura de los siglos XII-XIII…, para John Self no es el «amor», sino el Dinero el que realmente da la felicidad: El amor es, sin embargo, una forma más de querer «racionalizar» el acto sexual entre personas. Así lo comprobamos en las siguientes declaraciones:
«Sé que la gente está mirándome, y ustedes no son inocentes ni están libres de culpa, me parece, pero ahora hay otro ojo que me mira. El de una mujer. Maldita sea. Martina Twain. La tengo metida en la cabeza. ¿Cómo ha conseguido colarse? La tengo metida en la cabeza, junto con las crepitaciones y el tránsito de todos los días. Me mira. Ahí está su cara, justo ahí, mirándome. El mirón mirado, el mirador mirado, y esto sólo complica las cosas: yo estoy siendo mirado por ella, pero ella me mira sin saberlo. ¿Le gusta lo que está viendo? ¡Bah! Tengo que pelearme contra esto, debo resistirme, sea lo que sea. No estoy en condiciones de dejarme controlar por la policía del amor. Dinero, tengo que rodearme de dinero, de más dinero, y pronto. Necesito sentirme seguro.»
«Selina y yo nos entendemos de maravilla. Lo bueno de Selina es que es comprensiva. Conoce bien el siglo XX. Ha estado colgada en mil ciudades... Cuando nos vamos juntos a la cama, a veces la conversación pasa a... Mientras hacemos el amor, es frecuente que hablemos de dinero. A mí me gusta. Me gusta hablar de esas guarradas.»

Seguro que alguna persona que lea esto estará ya pensando que el protagonista de Dinero es un guarro, un ser repulsivo, sin sentimientos. Sin embargo, no lo es mucho más que las personas que lo rodean. Y es que no es esta una novela guarra, porno ni erótica, no. Es el Dinero el verdadero erotismo, el culpable del rumbo que toman los personajes en esta obra, así como lo es en la realidad, en este turbo-capitalismo en el que cada vez estamos más imbuidos, y de cuyo círculo vicioso no podemos o no queremos salir, justo lo que le pasa también a John Self: Dinero, dinero, y más dinero; lo típico de una sociedad materialista, eso es lo que importa: el Dinero…, el fastuoso y puto dinero.

Así pues, el protagonista se encuentra en esa búsqueda continua e imposible de la felicidad a través de lo que se la produce: el Dinero. Sin embargo, por mucho que la busca, por mucho que la encuentra, esa felicidad —cuyo nombre para John Self es Dinero— no le satisface, no la aprecia, no es como él esperaba. Llega de este modo a negarla…, lo cual le hace pensar en varias ocasiones en el suicidio —tomando pastillas y demás—: «Durante diez minutos estuve vomitando detenidamente, con convulsiones parecidas a las de una maza mecánica, unas convulsiones que realmente sentí incapaz de resistir o frenar. Luego, durante el doble de tiempo, me quedé sentado en la ducha, con el grifo plateado abierto al máximo de presión y de calor, aunque apenas sirvió para limpiarme la mugre. Debo de ser muy infeliz. Sólo así puedo explicarme mi comportamiento. Amigos, qué depresión llevo encima. Seguro que soy un jodido suicida. Y me gustaría saber por qué.
»Fíjense en mi vida. Ya sé lo que están pensando. Están pensando: ¡pero si es una vida fantástica! ¡Magnífica! Están pensando: ¡hay tíos con suerte! Bueno, supongo que parece fantástico con tantos vuelos y tantos restaurantes, y taxis y estrellas de cine, y Selina, y el Fiasco, y el dinero. Pero mi vida también es mi cultura particular: eso es lo que estoy mostrándoles al fin y al cabo, ése es el lugar a donde les estoy conduciendo, dejando entrar: mi cultura particular. Y quiero que miren mi cultura personal. Que vean en qué estado se encuentra. No es un lugar bonito. Y por eso me muero de ganas de salir disparado del mundo del dinero para irme... ¿Adónde? Díganmelo ustedes, por favor.»