19/12/11

CUATRELATOS — F.J. ROHS

Como su título indica en una fusión de dos palabras, esta obra está compuesta por «cuatro relatos». De entre ellos destacan: La noche de la cabra y El mar donde bailan los árboles.
La noche de la cabra trata de un rocambolesco rumor sobre una cabra monstruosa del tamaño de un caballo, en el cual se asegura que esta ha matado a Rodián, un viejo borracho que antes de su muerte ya la había mencionado, y al cual nadie quiso creer. Solamente Alioscha y sus amigos tendrán agallas de llegar al fondo del asunto para enfrentarse al horripilante animal. El relato destaca por las retorcidamente crueles descripciones y por un suspense representado de tal modo que lo oculto, lo misterioso, puede llegar al punto de haceros parecer pardillos una vez se desvelen las incógnitas.
El mar donde bailan los árboles cuenta cómo una discusión entre Lápiz y Pluma sobre si hay árboles en el mar o no, les lleva a emprender una aventura con el objetivo de poder confirmarlo. Una patraña banal e insustancial en un principio; trance del que el autor es consciente y, por ello, se ve obligado a dárnosla a cucharadas, haciendo así de un cuento soso algo entretenido y fácil de digerir: «[…] aunque enrollador, no soy aburridor de historias, así que como no pasó nada relevante nada he de contar». F. j. Rohs procede con este tipo de juicios de valor, participando así con el lector mientras este lee el relato, sugiriéndole o imponiéndole una forma de lectura por encima de la narración que sostiene la historia. Y el tío lo hace con arte; pues con esto os dará el estímulo suficiente para que consigáis llegar hasta su final y ver que este merece la pena, ya que en él lo surrealista acaba volviéndose admisible.

Tanto en uno como en otro relato emplea un lenguaje sencillo y coloquial; pero lo alterna en muchas ocasiones con el poético, algo que podemos apreciar en frases como: «[…] a la niebla le gustaba entretenerse formando, aquí y allá, extrañas formas de vaporosa blancura deslizándose y acariciando el seco y oscuro tronco de una encina vieja»; «[…] cruzar esa puerta, encender un casco minero y perderse en la negra noche sabiéndola camino de recorrer sin importar la meta, ni la piedra donde descansar, ni el bosque donde se apagó el sueño, ni el desierto donde se evaporó el vino.»; o en expresiones como la de «claustrofóbico silencio». En otras ocasiones esa alternancia torna a una extraña mezcolanza entre lenguaje poético y llano que deriva en frases como la siguiente: «Y lo que debían preparar era un trayecto a seguir y unos bocadillos para zampar […]. Un bocadillo puede ser un mundo para un niño, no por ser niño, sino por lo que el bocadillo significa en sí; esto es: los víveres de una aventura. Y si un bocadillo es un mundo, un trayecto es un universo plagado de luminosos peligros al acecho».
También conviene valorar esa espontaneidad e improvisación con que f. j. Rohs caracteriza a estos textos, con ocurrencias de tipo: «¿Para qué describir el bosque? La propia historia relatada lo pinta de colores oscuros, de silencios, de brumas y de miedos mejor de lo que yo podría hacer.»; «Pero ya ven, con todo y más, jamás subieron a esa furgoneta ni a ninguna otra para darse un paseo por una playa. Y si preguntan el por qué, ya preguntan mucho y empezamos mal la cosa, pues preguntas parecidas se hacen ustedes cada noche pero no se atreven a contestar y quieren escuchar de otro la respuesta que demasiado bien conocen.», entre otras tantas.

A grandes rasgos, me atrevería a decir que en estos dos relatos emplea la voz de un narrador heterodiegético, propio del realismo mágico, por esa tentativa de asemejar lo real y lo fantástico. Pero, al margen de etiquetas, sorprenden cada uno de los finales, rompiendo con cualquier estética literaria concreta y, por ende, desembocando en la asimilación de un estilo heterogéneo y diferente que podemos percibir en f. j. Rohs. Estilo tan propio que, por desgracia (y por lo menos en esta edición), se ve estropeado por culpa de la cantidad de erratas que tiene el texto.

Los otros dos relatos son más cortitos, aunque también presentan particularidades:

El tren y sus vapores versa en torno a un hombre apesadumbrado que cavila sobre su existencia mientras espera un tren tras otro, conforme los va perdiendo. Se hace interesante este relato porque muestra una serie de reflexiones que todos nos hemos podido hacer en algún momento de nuestra vida y algunas circunstancias que… Bueno, de eso mejor no hablar, pues cada uno puede interpretarlo como le salga del alma, por no decir de los… sentimientos más profundos.
«Tenía que coger un tren. El tren de la vida, pensarán los románticos, el tren del futuro pensarán los filósofos, el tren hacia el norte, pensarán los sencillos, que cada uno piense lo que quiera o lo que pueda.»

Por último, en Perseguida la protagonista es la señora Valmuz, una librera risueña y bondadosa que se topa varias veces con un hombre de traje oscuro. El azar juega un papel fundamental en este relato, pues lleva al creciente recelo por parte de la vieja, que es lo que crea el suspense. La he dejado para el final porque el autor-implícito que aparece en los otros tres relatos, no se aprecia en este. Ya de por sí, los relatos no guardan relación temática siquiera; pero la frase del comienzo de la obra («En memoria de los sueños caídos…») crea cierta idea de similitud entre los otros tres. No en el caso de este; lo cual hace pensar que no encaja, que no debería estar junto al resto (y quizás entonces llamarse la obra Trelatos o algo así). Y es que en Perseguida, el autor se limita a transmitir la historia a través de un narrador-acorde, el cual ajusta su narración al ritmo de proceder por parte de la protagonista.

Para más información sobre el autor y su obra, visitad el blog de f.j. Rohs.