20/9/11

EL MAPA Y EL TERRITORIO — MICHEL HOUELLEBECQ

Parece reinventarse Houellebecq, aunque sin excederse, en esta su última novela: El mapa y el territorio. Su personaje principal es Jed Martin, un artista que se hace famoso a través de unas fotografías hechas a mapas de carreteras Michelin, y que llegará al culmen de su carrera con una serie de cuadros «de oficios sencillos» en los que retrata a famosos desempeñando unas funciones relativamente irónicas.

El tiempo donde ocurre la acción de la novela, va desde el postrimero presente, desarrollándose hasta un futuro inminente, vislumbrando Houellebecq incluso los procesos de cambios económicos y sociales que podrían acontecernos a la vuelta de la esquina.

Al empezar a leer la primera parte se aprecia ese cambio experimental del autor. La historia hace parecer como si tuviésemos en las manos una novela rosa, sin escenas eróticas explícitas, en la que incluso aparece una mujer benevolente, Olga, la cual ayudará a Jed en su carrera artística, montando la primera exposición, dándolo a conocer, y quien mantendrá una relación sentimental con él.

Sin embargo, esto no hace sino ponernos en situación para que, ya en la segunda parte, se vea drástica y manifiestamente el desencanto que lleva implícita la actual época en la que nos encontramos y sus premonitorias consecuencias: Houellebecq vuelve a narrar en el estilo que nos tiene acostumbrados. Lo más curioso de esta segunda parte es que aparece él mismo como un personaje más, y en esto nadie puede negar que el propio autor juega con ventaja.

Representado queda, una vez más, de la pluma de Houellebecq, el creciente individualismo del siglo XXI engendrado por el progreso de una sociedad egoísta entregada al materialismo, al consumismo, que muy a su pesar no consigue que la vida del sujeto postmoderno deje de ser pura incertidumbre, lo cual crea la crisis de los sentimientos.

Los medios de comunicación nos dan mucha y variada información difícil de digerir a causa de la confusión que nos produce la falsedad de los mismos al representar la realidad:
«Sucede en las sociedades contemporáneas, a pesar del encarnizamiento con que los periodistas acosan y localizan los gustos en formación, que algunos de éstos se desarrollan de manera anárquica, salvaje, y prosperan antes de haber sido nombrados; incluso sucede en la realidad cada vez más a menudo, desde la difusión masiva de Internet y el derrumbamiento concomitante de los medios de comunicación escritos.» (pg. 78)

Una realidad sesgada que tenemos que digerir, consumir, en esta sociedad donde el consumo es el principal objetivo.

Sería conveniente atender de qué manera va a repercutir en la trama de esta novela el consumo compulsivo, el querer tener más que otras personas para sentirse «superior», el hecho de que para ello «lo que mejor funciona, lo que empuja a la gente con la mayor violencia a superarse sigue siendo la pura y simple necesidad de dinero» (pg. 39); y el de cómo hasta lo banal adquiere importancia al volverse objeto de consumo. De ahí que el misterio capitalista por antonomasia sea el de la formación de precios:

«De un modo más general, era un período ideológicamente extraño, en el que todo el mundo en Europa occidental parecía convencido de que el capitalismo estaba condenado, e incluso condenado a corto plazo, de que vivía sus ultimísimos años, sin que por ello los partidos de ultraizquierda consiguieran seducir a alguien más que a su clientela habitual de masoquistas huraños. Un velo de cenizas parecía haber envuelto los ánimos.» (pg. 349)

De esta forma, el panorama que podemos encontrarnos en El mapa y el territorio es el de una sociedad llena de «cretinos arribistas» que inician estudios de Economía pensando solamente en el dinero; o de chicas que, como Geniève, han de pagarse los estudios «comerciando con sus encantos». Una humanidad «extraña y repugnante» donde «lo que define ante todo al hombre occidental es el puesto que ocupa en el proceso de producción, y no su estatuto de reproductor».

Es así como surge, de la cotidianidad hedonista de esta sociedad, del vivir entre una multitud egoísta e individualizadora, cierto gusto por la soledad. Cada persona intenta llevar una marca, algo que la identifique, para ir «a la moda» con el objetivo de ser diferente a los demás. De esta forma, la «marca» que cada uno de nosotros intentamos llevar, para diferenciarnos del resto de individuos, no hace otra cosa que «marcar» a la persona, no al producto.

Como en sus anteriores novelas, Houellebecq vuelve a crear personajes solitarios: En la adolescencia, Jed «no tenía ningún amigo íntimo y no buscaba la amistad ajena» (pg. 43), de ahí que le parezca hasta exagerado pensar que le invadía un sentimiento de amistad por Houellebecq. De Jean-Pierre, el padre de Jed, se dice que no creía en la amistad, que no creía que una “relación de amistad pudiera tener verdadera importancia en la vida de un hombre o modificar su destino» (pg. 33). Gracias a su presencia en la obra, se puede apreciar también la ruptura de la familia tradicional, de la autoridad patriarcal; y es que, entre otras cosas, para él «tener un hijo había significado el final de toda ambición artística y más en general la aceptación de la muerte» (pg. 220). Son, a grandes rasgos, personajes que se ven solos porque quieren, y otros porque así se lo ha impuesto la vida y, sin necesaria resignación, aceptan su situación.

Sin embargo, tal y como afirma Martin Heidegger en Ser y tiempo: «La aclaración del estar-en-el-mundo ha mostrado que no “hay” inmediatamente, ni jamás está dado un mero sujeto sin mundo. Y de igual modo, en definitiva, tampoco se da en forma inmediata un yo aislado sin los otros» (§ 25). Y apunta además que: «”Los otros” no quiere decir todos los demás fuera de mí, y en contraste con el yo; los otros son, más bien, aquellos de quienes uno mismo generalmente no se distingue, entre los cuales también se está» (§ 26). Por tanto, todos esos individuos solitarios queriéndose parecer exclusivamente a sí mismos, acaban por ser iguales, pues están procurando cosas similares. Houellebecq es un personaje tan solitario como los otros y, al representarse dentro de su propia novela, podemos considerar que lo que realmente está haciendo es representarse de algún modo en todos y cada uno de esos personajes.

La narración y su estilo vuelven a dar otro pequeño giro en la tercera parte de esta obra: Aparecen nuevos personajes, los policías Jesselin y Ferber, y el planteamiento hace recordar al de los thrillers de Jonathan Santlofer. Se trata de una especie de novela policíaca postmoderna en la que no falta la intertextualidad, que podemos comprobar en algunos de sus párrafos.

A pesar del uso de un pastiche enciclopedista (o wikipedista, como se quiera entender) y la profusión de descripciones academicistas, que lo único que hacen es llenar páginas, en mi opinión Houellebecq es uno de los maestros de la literatura contemporánea; y esta novela, una nueva lección.

1 comentario:

  1. Me sorprende un poco esta visión del mundo contemporáneo porque yo, que he pasado 20 años aislado prácticamente del resto del mundo por enfermedad mental, sólo comunicándome con mis padres y trabajando en la huerta, pensaba durante todos esos años y aún antes, en mi época universitaria y en la adolescencia incluso, que en realidad la gente cuando menos persona es es cuando está sometida al grupo y es incapaz de manifestar su individualidad (aunque no su individualismo, si queremos). Para mí, que sólo tras la muerte de mi padre, que me hizo replantearme la vida, comprendí finalmente que "los otros" son lo único que importa de nuestras vidas (pues fuera de toda connotación mística o poética, el hombre sólo puede estar sano mentalmente si es capaz de amar), el verdadero contacto con lo otro o los otros sólo se puede tener si hay algo que contacte, es decir si somos el que somos, si tenemos personalidad propia y pensamos por nuestra cuenta y sin la ayuda de vademecums o pastorales dominicales. Mi diagnóstico de la situación actual sería el mismo que el del libro, está mal el consumismo, la trivialización del ser humano, etc. pero en mi humilde forma de sentir, el medicamento no es más uniformación sino la definitiva emancipación del individuo a través del respeto a las "pequeñas" (ya no por fin a las grandes) diferencias. Me acabo de hacer seguidor de tu blog y me ha sorprendido por su nivel tan extraordinariamente alto; enhorabuena, Damián.

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